GÉNESIS 24:1-28
GÉNESIS 24:1-28 DHHE
Abraham era ya muy entrado en años, y el Señor le había bendecido en todo. Un día llamó al más anciano de sus siervos, el que estaba al cargo de todo lo suyo, y le dijo: –Pon tu mano debajo de mi muslo y júrame por el Señor, el Dios del cielo y de la tierra, que no dejarás que mi hijo Isaac se case con una mujer de esta tierra de Canaán en la que yo vivo, sino que irás a mi tierra y escogerás una esposa para él entre las mujeres de mi familia. El siervo le contestó: –Pero si la mujer no quiere venir conmigo, ¿qué hago? ¿Debo entonces llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? Abraham le dijo: –¡No, no lleves allá a mi hijo! El Señor, el Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mis parientes y me prometió dar esta tierra a mis descendientes, también enviará su ángel delante de ti para que traigas de allá una esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este compromiso, ¡pero de ninguna manera lleves allá a mi hijo! Entonces el siervo puso la mano bajo el muslo de su amo Abraham, y le juró que haría lo que le había pedido. Después escogió regalos entre lo mejor que su amo tenía, tomó diez de sus camellos y se fue a la ciudad de Nahor, en Mesopotamia. Cuando el siervo llegó a las afueras de la ciudad, empezaba ya a oscurecer. A esa hora iban las mujeres a sacar agua. El siervo hizo descansar a los camellos junto a un pozo de agua, y comenzó a orar: “Señor y Dios de mi amo Abraham, haz que hoy me vaya bien, y muéstrate bondadoso con mi amo. Voy a quedarme aquí, junto al pozo, mientras las muchachas de este lugar vienen a sacar agua. Permite que la muchacha a la que yo diga: ‘Por favor, baja tu cántaro para que yo beba’, y que me conteste: ‘Bebe, y también daré agua a tus camellos’, que sea ella la que tú has escogido para tu siervo Isaac. Así podré estar seguro de que has sido bondadoso con mi amo.” Todavía no había terminado de orar, cuando vio a una muchacha que venía con su cántaro al hombro. Era Rebeca, la hija de Betuel. Betuel era hijo de Milcá y de Nahor, el hermano de Abraham. Rebeca era muy hermosa, y además era virgen; ningún hombre la había tocado. Bajó al pozo y llenó su cántaro, y ya regresaba cuando el siervo corrió a alcanzarla y le dijo: –Por favor, déjame beber un poco de agua de tu cántaro. –Bebe, señor –contestó ella. Y en seguida bajó su cántaro, lo sostuvo entre las manos y le dio de beber. Cuando el siervo acabó de beber, Rebeca le dijo: –También voy a sacar agua para tus camellos, para que beban toda la que quieran. Rápidamente vació su cántaro en el bebedero y corrió varias veces al pozo, hasta que sacó agua para todos los camellos. Mientras tanto, el siervo la miraba sin decir nada, pues quería estar seguro de que el Señor había llevado a buen fin su viaje. Cuando los camellos acabaron de beber, el hombre tomó un anillo de oro que pesaba como seis gramos, y se lo puso a ella en la nariz. También le dio dos brazaletes de oro que pesaban más de cien gramos, y le dijo: –Dime, por favor, de quién eres hija, y si hay lugar en la casa de tu padre donde mis hombres y yo podamos pasar la noche. Ella contestó: –Soy hija de Betuel, el hijo de Milcá y de Nahor. En nuestra casa hay lugar para que pases la noche, y también suficiente paja y comida para los camellos. Entonces el siervo se arrodilló y adoró al Señor, diciendo: “¡Bendito sea el Señor, el Dios de mi amo Abraham, pues ha sido fiel y bondadoso con mi amo, y me ha dirigido en el camino a la casa de sus parientes!” Rebeca fue corriendo a la casa de su madre, a contar todo lo que le había pasado.