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ZACARÍAS 11:1-17

ZACARÍAS 11:1-17 RV2020

¡Líbano, abre tus puertas, y que el fuego consuma tus cedros! Aúlla, ciprés, porque el cedro ha caído, porque los árboles magníficos son derribados. Aullad, encinas de Basán, porque el bosque espeso es derribado. Voz de aullido de pastores, porque su magnificencia es asolada; estruendo de rugidos de cachorros de leones, porque la gloria del Jordán es destruida. Así ha dicho el Señor, mi Dios: —Apacienta las ovejas destinadas a la matanza, a las que matan sus compradores sin sentirse culpables; y el que las vende dice: «Bendito sea el Señor, porque me he enriquecido». Ni aún sus pastores tienen piedad de ellas. Por tanto, no tendré ya más piedad de los habitantes de la tierra, dice el Señor. Entregaré a los hombres, a cada uno en manos de su compañero y en manos de su rey. Ellos asolarán la tierra y yo no los libraré de sus manos. Apacenté, pues, las ovejas destinadas a la matanza, esto es, a los pobres del rebaño. Tomé para mí dos cayados: a uno le puse por nombre Gracia, y al otro, Ataduras. Apacenté las ovejas, y en un mes despedí a tres pastores, pues perdí la paciencia con ellos, y también ellos se cansaron de mí. Entonces dije: —¡No os apacentaré más! ¡La que prefiera morir, que muera; si alguna se pierde, que se pierda! ¡Las que queden, que se coman unas a otras! Tomé luego mi cayado Gracia y lo quebré, para romper el pacto que había concertado con todos los pueblos. El pacto quedó deshecho ese día, y así conocieron los pobres del rebaño que me observaban que aquella era palabra del Señor. Yo les dije: —Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Entonces pesaron mi salario: treinta piezas de plata. El Señor me dijo: —Echa al tesoro del templo ese buen precio en que me han valorado. Tomé entonces las treinta monedas de plata y las eché en el tesoro del templo del Señor. Quebré luego el otro cayado, Ataduras, como señal de que rompía la hermandad entre Judá e Israel. El Señor me dijo: —Toma ahora los aperos de un pastor insensato; porque yo levanto en la tierra a un pastor que no visitará a las ovejas perdidas, ni buscará a la pequeña, ni curará a la que se rompa una pata, ni llevará a la cansada a cuestas, sino que comerá la carne de la gorda y romperá sus pezuñas. ¡Ay del pastor inútil que abandona el ganado! ¡Que la espada hiera su brazo y su ojo derecho! ¡Que se le seque del todo el brazo y su ojo derecho quede enteramente oscurecido!