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NÚMEROS 11:4-35

NÚMEROS 11:4-35 RV2020

La gente extranjera que se había mezclado con ellos se dejó llevar por las ansias de comida, y los hijos de Israel también volvieron a sus llantos, pues decían: —¡Quién nos diera de comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos. ¡Ahora nuestra alma se seca, pues nada sino este maná ven nuestros ojos! El maná era como semilla de cilantro, y su color como color de bedelio. El pueblo se esparcía y lo recogía, lo molía en molinos o lo majaba en morteros, y lo cocía en caldera o hacía de él tortas. Su sabor era como de aceite nuevo. Cuando descendía el rocío de noche sobre el campamento, el maná descendía sobre él. Moisés oyó al pueblo que lloraba, cada uno con su familia a la entrada de su tienda. La ira del Señor se encendió mucho, y también le pareció mal a Moisés, quien dijo al Señor: —¿Por qué has hecho este mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia a tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo, para que me digas: «Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama, a la tierra que juraste dar a sus padres?». ¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? Porque vienen a mí, lloran y me dicen: «Danos carne para comer». No puedo yo solo soportar a todo este pueblo: es una carga demasiado pesada para mí. Y si así vas a hacer tú conmigo, te ruego que me des muerte, si he hallado gracia a tus ojos, para que yo no vea mi mal. Entonces el Señor dijo a Moisés: —Reúneme a setenta hombres de entre los ancianos de Israel, de los que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales, tráelos a la puerta del tabernáculo de reunión, y que esperen allí contigo. Yo descenderé y hablaré allí contigo; tomaré del espíritu que está en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la lleves tú solo. Pero al pueblo dirás: «Santificaos para mañana y comeréis carne, porque habéis llorado a oídos del Señor, y habéis dicho: “¡Quién nos diera de comer carne! ¡Ciertamente mejor nos iba en Egipto!”. El Señor, pues, os dará carne, y comeréis. No comeréis un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino hasta un mes entero, hasta que os salga por las narices y la aborrezcáis, por cuanto menospreciasteis al Señor que está en medio de vosotros, y llorasteis delante de él y dijisteis: “¿Para qué salimos de Egipto?”». Entonces dijo Moisés: —Este pueblo, en medio del cual estoy, llega a los seiscientos mil de a pie, ¡y tú dices: «Les daré carne, y comerán un mes entero»! ¿Se degollarán para ellos ovejas y bueyes que les basten?, ¿o se juntarán para ellos todos los peces del mar para que tengan lo suficiente? Entonces el Señor respondió a Moisés: —¿Acaso el poder del Señor es limitado? Ahora verás si se cumple mi palabra o no. Salió Moisés y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Luego reunió a los setenta hombres de entre los ancianos del pueblo, y los reunió alrededor del tabernáculo. Entonces el Señor descendió en la nube y le habló. Luego tomó del espíritu que estaba en él, y lo puso en los setenta hombres ancianos. Y en cuanto se posó sobre ellos el espíritu, profetizaron, pero no volvieron a hacerlo. En el campamento habían quedado dos hombres, uno llamado Eldad y el otro Medad, sobre los cuales también reposó el espíritu. Estaban estos entre los inscritos, pero no se habían acercado al tabernáculo, por lo que profetizaron en el campamento. Un joven corrió a avisar a Moisés, y le dijo: —Eldad y Medad profetizan en el campamento. Entonces respondió Josué hijo de Nun, ayudante de Moisés, uno de sus jóvenes: —Señor mío Moisés, no se lo permitas. Moisés le respondió: —¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta, y que el Señor pusiera su espíritu sobre ellos. Luego Moisés volvió al campamento con los ancianos de Israel. Entonces el Señor envió un viento que trajo codornices del mar y las dejó sobre el campamento, un día de camino de un lado y un día de camino del otro lado, alrededor del campamento, y a una altura de casi un metro sobre la superficie del suelo. El pueblo estuvo levantado todo aquel día y toda la noche y todo el día siguiente para recoger codornices. El que menos, recogió diez montones, y las tendieron a secar alrededor de todo el campamento. Aún tenían la carne entre los dientes, antes de haberla masticado, cuando la ira del Señor se encendió contra el pueblo, y lo hirió el Señor con una plaga muy grande. Y llamaron a aquel lugar Kibrot-hataava, por cuanto allí sepultaron al pueblo codicioso. De Kibrot-hataava partió el pueblo a Hazerot, y se quedó en Hazerot.