MARCOS 6:14-44
MARCOS 6:14-44 RV2020
La fama de Jesús llegó a oídos del rey Herodes, pues su nombre se había divulgado profusamente. Unos decían: —Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él estos poderes. Otros: «Es Elías». Y otros: «Es un profeta o alguno de los profetas». Al oírlo Herodes, dijo: —Este es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado de entre los muertos. Porque el mismo Herodes había ordenado apresar a Juan y le tuvo encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de su hermano Felipe y con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: —No te está permitido tener la mujer de tu hermano. Herodías abrigaba rencor contra él y deseaba matarlo; pero no podía, porque Herodes temía a Juan: sabía que era un hombre justo y santo, y le protegía. Se quedaba muy perplejo cuando le escuchaba, pero lo hacía con agrado. Para Herodías llegó la oportunidad cuando Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus príncipes, tribunos y altos dignatarios de Galilea. Entró la hija de Herodías para danzar, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa de tal manera que el rey dijo a la muchacha: —Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le juró: —Te daré todo lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino. La muchacha salió y preguntó a su madre: —¿Qué pediré? La madre respondió: —La cabeza de Juan el Bautista. Herodías entró apresuradamente y le dijo al rey: —Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció mucho, pero como se había comprometido por el juramento hecho en presencia de los invitados, no quiso desairarla. E inmediatamente ordenó a un miembro de su guardia que le trajeran la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel, lo decapitó, trajo su cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha, y la joven se la entregó a su madre. Cuando sus discípulos se enteraron, vinieron, tomaron su cuerpo y le dieron sepultura. Entonces los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo cuanto habían hecho y enseñado. Él les dijo: —Venid, retirémonos a un lugar solitario y descansad un poco. Eran tantos los que iban y venían que no tenían tiempo ni para comer. Y se fueron solamente ellos en una barca a un lugar apartado. Pero los vieron marchar y los reconocieron. Entonces gentes de todas las ciudades fueron corriendo allí, adelantándose a su llegada, y se juntaron a él. Al desembarcar Jesús y ver la gran multitud, se conmovió profundamente porque parecían ovejas sin pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. El tiempo transcurría y se hizo tarde. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le dijeron: —El lugar está desierto y la hora muy avanzada. Despídelos para que vayan a los lugares y aldeas de alrededor y se compren pan para comer. Jesús respondió: —Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: —¿Cómo quieres que compremos la cantidad de pan que es necesaria para darles de comer si el importe supondría doscientos denarios? Él les preguntó: —¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron le dijeron: —Cinco, y dos peces. Entonces les mandó que hicieran recostar a los congregados en grupos sobre la hierba verde. Se agruparon de ciento en ciento y de cincuenta en cincuenta. A continuación, Jesús tomó los cinco panes y los dos peces y, levantando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes y se los dio a sus discípulos para que los distribuyeran entre la multitud. También repartió los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Con los pedazos sobrantes que recogieron llenaron doce cestas, y los que comieron eran cinco mil hombres.