LUCAS 1:5-56
LUCAS 1:5-56 RV2020
En los días de Herodes, rey de Judea, hubo un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente a la clase sacerdotal de Abías. Su mujer se llamaba Elisabet y descendía de las hijas de Aarón. Ambos eran íntegros delante de Dios e intachables en el cumplimiento de todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. No tenían hijos, porque ambos eran de edad avanzada y Elisabet era estéril. Sucedió un día que estando Zacarías oficiando como sacerdote delante de Dios, conforme al orden establecido, le tocó en suerte, según costumbre sacerdotal, entrar en el templo a ofrecer el incienso. Mientras lo ofrecía, una multitud del pueblo estaba fuera orando. En esto se le apareció un ángel del Señor a la derecha del altar del incienso. Zacarías, al verle, se turbó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: —Zacarías, no temas, porque tu oración ha sido escuchada y tu mujer Elisabet te dará un hijo, al que llamarás Juan. Tendrás gozo y alegría y serán muchos los que también se alegrarán de su nacimiento, porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre. Hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor, su Dios. Irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías para hacer que los corazones de los padres se reconcilien con los hijos, para que los rebeldes recuperen la sensatez de los justos y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Zacarías preguntó al ángel: —¿Cómo podré estar seguro de eso? Yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada. Le respondió el ángel: —Yo soy Gabriel. Estoy delante de Dios y he sido enviado para hablarte y darte esta buena noticia. Ahora quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que esto suceda porque no creíste mis palabras, que se cumplirán a su tiempo. Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaba de que estuviese tanto tiempo en el santuario. Cuando salió, al ver que no podía hablar, comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas porque se había quedado mudo. Una vez cumplido el tiempo de su servicio sacerdotal, Zacarías volvió a su casa. Después de aquellos días, su mujer Elisabet quedó embarazada y permaneció cinco meses sin salir de casa, pues decía: «El Señor ha actuado así conmigo para que ya no tenga de qué avergonzarme ante nadie». Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, para visitar a una muchacha virgen llamada María, que estaba prometida en matrimonio con José, un hombre descendiente del rey David. El ángel, acercándose a ella, le dijo: —¡Saludos, colmada de gracia! El Señor está contigo. Bendita tú entre las mujeres. Cuando ella escuchó sus palabras se quedó perpleja, preguntándose qué significaba aquel saludo. Entonces el ángel le dijo: —María, no tengas miedo, porque Dios te ha concedido su gracia. Vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará sobre la casa de Jacob eternamente y su Reino no tendrá fin. Entonces María preguntó al ángel: —¿Cómo será posible eso? Yo nunca he tenido relaciones conyugales con ningún hombre. Le respondió el ángel: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo Ser que va a nacer de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Elisabet, a la que llamaban estéril, va a tener un hijo en su ancianidad, y ya está de seis meses. Para Dios no hay nada imposible. Entonces María dijo: —Yo soy la sierva del Señor. Hágase en mí lo que has dicho. Y el ángel se fue de su presencia. En aquellos días María se puso en camino y se dirigió apresuradamente a una ciudad de la región montañosa de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet. Y sucedió que cuando Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre. Elisabet, llena del Espíritu Santo, exclamó a gran voz: —Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Tan pronto como llegó la voz de tu saludo a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, porque has creído que el Señor cumplirá las promesas que te ha hecho! Entonces María respondió: —Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa por todas las generaciones; porque el Poderoso me ha hecho grandes cosas. ¡Santo es su nombre y su misericordia permanece de generación en generación para los que le temen! Hizo proezas con su brazo. A los engreídos les desbarató el pensamiento de sus corazones. Derribó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, y se acordó de su misericordia, de la cual habló con nuestros padres, con Abrahán y con toda su descendencia para siempre. María se quedó unos tres meses con ella y luego se volvió a su casa.