JUAN 18:1-24
JUAN 18:1-24 RV2020
Dichas estas cosas, Jesús salió con sus discípulos y pasó al otro lado del torrente Cedrón. Había allí un huerto y entraron en él. Judas, el que lo iba a entregar, también conocía aquel lugar porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Así, pues, Judas, habiendo tomado una compañía de soldados y guardias de los principales sacerdotes y de los fariseos, se dirigió a ese lugar con linternas, antorchas y armas. Pero Jesús, que sabía todo lo que iba a sucederle, salió a su encuentro y les preguntó: —¿A quién buscáis? Le repitieron: —A Jesús nazareno. Jesús les dijo: —Yo soy. Con ellos estaba también Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles Jesús: «Yo soy», ellos retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les preguntó otra vez: —¿A quién buscáis? Ellos respondieron: —A Jesús nazareno. Jesús les dijo: —Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad que estos se vayan. Así se cumplía lo que había dicho: «De los que me diste, no perdí ninguno». Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces le dijo a Pedro: —Envaina tu espada. ¿No he de beber la copa que el Padre me ha dado a beber? La compañía de soldados, el comandante y los guardias de los judíos arrestaron a Jesús. Lo ataron y lo llevaron primeramente ante Anás, que era el suegro de Caifás, y este, sumo sacerdote aquel año. Este Caifás fue el que había dado a los judíos aquel consejo: «Es conveniente que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo, como era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús al patio del sumo sacerdote, Pedro se quedó afuera, a la puerta, hasta que salió el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, quien habló con la portera, e hizo entrar también a Pedro. Y entonces la criada que hacía de portera le preguntó: —¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Pedro respondió: —¡No lo soy! De pie, los siervos y los guardias se calentaban en torno al fuego que habían encendido porque hacía frío. También Pedro se quedó de pie junto a ellos, calentándose. El sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: —Yo he hablado abiertamente ante todo el mundo. Siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos. Nunca he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a quienes me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho. Al oír esta respuesta, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada y le dijo: —¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote? Jesús le respondió: —Si he hablado mal, demuéstrame en qué; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas? Anás entonces lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.