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JUAN 10:7-30

JUAN 10:7-30 RV2020

Volvió, pues, Jesús a decirles: —Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí son ladrones y salteadores, mas las ovejas no los oyeron. Yo soy la puerta: el que por mí entre será salvo. Entrará y saldrá y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas, pero el asalariado, que no es en realidad el pastor ni el dueño de las ovejas, viendo venir al lobo las abandona y huye, y el lobo hace estragos en unas y ahuyenta a las otras. Así pues, el asalariado huye porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre. Yo pongo mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil. A esas también debo guiar. Oirán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que libremente la doy. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar. Este es el mandamiento que recibí de mi Padre. Estas palabras de Jesús dieron lugar a nuevas disensiones entre los judíos. Muchos de ellos decían: —Tiene un demonio y ha perdido el juicio. ¿Por qué le escucháis? Otros, en cambio, replicaban: —Sus palabras no son precisamente las de un endemoniado. ¿Podría un demonio dar la vista a los ciegos? Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos le rodearon y le dijeron: —¿Hasta cuándo nos tendrás en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: —Os lo he dicho y no lo creéis. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, mas vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, no perecerán jamás ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo uno somos.

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