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1 SAMUEL 25:1-43

1 SAMUEL 25:1-43 RV2020

Por entonces murió Samuel. Todo Israel se congregó para llorarlo y lo sepultaron en su casa, en Ramá. Entonces se levantó David y se fue al desierto de Parán. En Maón había un hombre que tenía su hacienda en Carmel. Era muy rico, tenía tres mil ovejas y mil cabras, y estaba esquilando sus ovejas en Carmel. Aquel hombre se llamaba Nabal, y su mujer, Abigail. Aquella mujer era de buen entendimiento y hermosa apariencia, pero el hombre era rudo y de mala conducta, y procedía del linaje de Caleb. Supo David en el desierto que Nabal esquilaba sus ovejas. Entonces envió David diez jóvenes y les dijo: —Subid al Carmel e id a Nabal; saludadlo en mi nombre y decidle: «Paz a ti, a tu familia, y paz a todo cuanto tienes. He sabido que tienes esquiladores. Ahora bien, tus pastores han estado con nosotros; no los tratamos mal ni les faltó nada en todo el tiempo que han estado en el Carmel. Pregunta a tus criados y ellos te lo dirán. Hallen, por tanto, estos jóvenes gracia a tus ojos, porque hemos venido en buen día; te ruego que des lo que tengas a mano a tus siervos y a tu hijo David». Los jóvenes enviados por David fueron y dijeron a Nabal todas estas cosas en nombre de David, y se quedaron esperando. Pero Nabal respondió a los jóvenes enviados por David: —¿Quién es David? ¿Quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua y la carne que he preparado para mis esquiladores, y darla a hombres que no sé de dónde son? Los jóvenes que había enviado David dieron media vuelta y tomaron el camino de regreso. Cuando llegaron a donde estaba David, le dijeron todas estas cosas. Entonces David dijo a sus hombres: —Cíñase cada uno su espada. Cada uno se ciñó su espada y también David se ciñó la suya. Subieron tras David unos cuatrocientos hombres, mientras que otros doscientos se quedaron guardando las pertenencias. Pero uno de los criados avisó a Abigail, mujer de Nabal: —Mira que David ha enviado mensajeros del desierto para saludar a nuestro amo, y él los ha despreciado. Aquellos hombres han sido muy buenos con nosotros, y cuando estábamos en el campo nunca nos trataron mal, ni nos faltó nada en todo el tiempo que anduvimos con ellos. Muro fueron para nosotros de día y de noche, todos los días que hemos estado con ellos apacentando las ovejas. Ahora, pues, reflexiona y mira lo que has de hacer, porque ya está decidida la ruina de nuestro amo y de toda su casa; pues él es un hombre tan perverso, que no hay quien pueda hablarle. Tomó Abigail a toda prisa doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de grano tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos panes de higos secos, y lo cargó todo sobre unos asnos. Luego dijo a sus criados: —Id delante de mí, y yo os seguiré luego. Pero nada declaró a su marido Nabal. Montó en un asno y descendió por una parte secreta del monte; David y sus hombres venían en dirección a ella, y ella les salió al encuentro. David había comentado: «Ciertamente, en vano he guardado en el desierto todo lo que este hombre tiene, sin que nada le haya faltado de todo cuanto es suyo; y él me ha devuelto mal por bien. Traiga Dios sobre los enemigos de David el peor de los castigos, que de aquí a mañana no he de dejar con vida ni a uno solo de los que están con él». Cuando Abigail vio a David, se bajó en seguida del asno; tras inclinarse ante David, se postró en tierra, se echó a sus pies y le dijo: —¡Que caiga sobre mí el pecado!, señor mío, pero te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva. No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, de Nabal; porque conforme a su nombre, así es. Él se llama Nabal, y la insensatez le acompaña; pero yo, tu sierva, no vi a los jóvenes que tú enviaste. Ahora pues, señor mío, ¡vive el Señor, y vive tu alma!, que el Señor te ha impedido venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano. Sean, pues, como Nabal tus enemigos, y todos los que procuran el mal contra mi señor. En cuanto a este presente que tu sierva te ha traído, que sea dado a los hombres que siguen a mi señor. Te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa; pues el Señor hará sin duda una casa perdurable a mi señor, por cuanto mi señor pelea las batallas del Señor, y no vendrá mal sobre ti en todos tus días. Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y atentar contra tu vida, con todo, la vida de mi señor será atada al haz de los que viven delante del Señor tu Dios, mientras que él arrojará las vidas de tus enemigos como quien las tira con el cuenco de una honda. Cuando el Señor haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y te establezca como príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimientos por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado con tu propia mano. Guárdese, pues, mi señor, y cuando el Señor haya favorecido a mi señor, acuérdate de tu sierva. Entonces David dijo a Abigail: —Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontraras. Bendito sea tu razonamiento y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y vengarme por mi propia mano. Porque, ¡vive el Señor, Dios de Israel!, que me ha impedido hacerte mal, que de no haberte dado prisa en venir a mi encuentro, mañana por la mañana no le habría quedado con vida a Nabal ni un solo hombre. David recibió de sus manos lo que le había traído, y le dijo: —Sube en paz a tu casa, pues he escuchado tu petición y te la he concedido. Cuando Abigail volvió adonde se hallaba Nabal, este estaba celebrando en su casa un banquete como de rey. Nabal estaba alegre y completamente ebrio, por lo cual ella no le dijo absolutamente nada hasta el día siguiente. Pero por la mañana, cuando ya a Nabal se le habían pasado los efectos del vino, le contó su mujer estas cosas; entonces se le apretó el corazón en el pecho, y se quedó como una piedra. Diez días después, el Señor hirió a Nabal, y este murió. Luego de oír David que Nabal había muerto, dijo: —Bendito sea el Señor, que juzgó la causa de la afrenta que recibí de manos de Nabal, y ha preservado del mal a su siervo. El Señor ha hecho caer la maldad de Nabal sobre su propia cabeza. Después mandó David a decir a Abigail que quería tomarla por mujer. Los siervos de David se presentaron ante Abigail en el Carmel y le dijeron: —David nos envía para tomarte por mujer. Ella se levantó, se postró rostro en tierra, y dijo: —Aquí tienes a tu sierva, que será una sierva para lavar los pies de los siervos de mi señor. Se levantó luego Abigail y, acompañada de las cinco doncellas que la servían, montó en un asno, siguió a los mensajeros de David, y fue su mujer. También tomó David a Ahinoam de Jezreel, y ambas fueron sus mujeres.