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MATEO 8:1-22

MATEO 8:1-22 BLP

Al bajar Jesús del monte, lo seguía mucha gente. En esto se le acercó un leproso, que se postró ante él y le dijo: —Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: —Quiero. Queda limpio. Y al instante el leproso quedó limpio. Jesús le advirtió: —Mira, no se lo cuentes a nadie; vete a mostrarte al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita por Moisés. Así todos tendrán evidencia de tu curación. Cuando Jesús entró en Cafarnaún, se acercó a él un oficial del ejército romano suplicándole: —Señor, tengo a mi asistente en casa paralítico y está sufriendo dolores terribles. Jesús le dijo: —Yo iré y lo curaré. Pero el oficial le respondió: —Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa. Pero una sola palabra tuya bastará para que sane mi asistente. Porque yo también estoy sujeto a mis superiores, y a la vez tengo soldados a mis órdenes. Si a uno de ellos le digo: «Vete», va; y si le digo a otro: «Ven», viene; y si a mi asistente le digo: «Haz esto», lo hace. Jesús se quedó admirado al oír esto. Y dijo a los que lo seguían: —Os aseguro que no he encontrado en Israel a nadie con una fe tan grande como esta. Y os advierto que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. En cambio, los que primero fueron llamados al Reino serán arrojados afuera, a la oscuridad. Allí llorarán y les rechinarán los dientes. Luego dijo Jesús al oficial: —Vete a tu casa y que se haga como creíste. En aquel mismo momento, el asistente quedó curado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama, con fiebre. Jesús le tocó la mano y le desapareció la fiebre. Y ella se levantó y se puso a atenderlo. Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. Él, con solo una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos. De este modo se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Tomó sobre sí nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades. Viendo Jesús que lo rodeaba una gran multitud, mandó que lo llevaran a la otra orilla del lago. Allí se le acercó un maestro de la ley, que le dijo: —Maestro, estoy dispuesto a seguirte adondequiera que vayas. Jesús le contestó: —Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza. Otro que ya era discípulo suyo le dijo: —Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: —Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

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