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Salmo 40:1-17

Salmo 40:1-17 NVI

Puse en el SEÑOR toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme. Puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios. Al ver esto, muchos tuvieron miedo y pusieron su confianza en el SEÑOR. Dichoso el que pone su confianza en el SEÑOR y no recurre a los idólatras ni a los que adoran dioses falsos. Muchas son, SEÑOR mi Dios, las maravillas que tú has hecho. No es posible enumerar tus bondades en favor nuestro. Si quisiera anunciarlas y proclamarlas, serían más de lo que puedo contar. A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas, pero has abierto mis oídos para oírte; tú no has pedido holocaustos ni sacrificios por el pecado. Por eso dije: «Aquí me tienes —como el libro dice de mí—. Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley la llevo dentro de mí». En medio de la gran asamblea he dado a conocer tu justicia. Tú bien sabes, SEÑOR, que no he sellado mis labios. No escondo tu justicia en mi corazón, sino que proclamo tu fidelidad y tu salvación. No oculto en la gran asamblea tu gran amor y tu verdad. No me niegues, SEÑOR, tu misericordia; que siempre me protejan tu amor y tu verdad. Muchos males me han rodeado; tantos son que no puedo contarlos. Me han alcanzado mis iniquidades, y ya ni puedo ver. Son más que los cabellos de mi cabeza, y mi corazón desfallece. Por favor, SEÑOR, ¡ven a librarme! ¡Ven pronto, SEÑOR, en mi auxilio! Sean confundidos y avergonzados todos los que tratan de matarme; huyan derrotados todos los que procuran mi mal; que la vergüenza de su derrota humille a los que se burlan de mí. Pero que todos los que te buscan se alegren en ti y se regocijen; que los que aman tu salvación digan siempre: «¡Cuán grande es el SEÑOR!» Y a mí, pobre y necesitado, quiera el Señor tomarme en cuenta.