Eliseo regresó a Guilgal y se encontró con que en esos días había mucha hambre en el país. Por tanto, se reunió con la comunidad de profetas y le ordenó a su criado: «Pon esa olla grande en el fogón y prepara un guisado para los profetas». En eso, uno de ellos salió al campo para recoger hierbas; allí encontró una planta silvestre y arrancó varias frutas hasta llenar su manto. Al regresar, las cortó en pedazos y las echó en el guisado sin saber qué eran. Sirvieron el guisado, pero, cuando los hombres empezaron a comerlo, gritaron: ―¡Hombre de Dios, esto es veneno! Así que no pudieron comer. Entonces Eliseo ordenó: ―Traedme harina. Y, después de echar la harina en la olla, dijo: ―Servid a la gente para que coma. Y ya no hubo nada en la olla que les hiciera daño. De Baal Salisá llegó alguien que le llevaba al hombre de Dios pan de los primeros frutos: veinte panes de cebada y espigas de trigo fresco. Eliseo le dijo a su criado: ―Dale de comer a la gente. ―¿Cómo voy a alimentar a cien personas con esto? —replicó el criado. Pero Eliseo insistió: ―Dale de comer a la gente, pues así dice el SEÑOR: “Comerán y habrá de sobra”. Entonces el criado les sirvió el pan y, conforme a la palabra del SEÑOR, la gente comió y hubo de sobra.
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