2 Reyes 3:1-14
2 Reyes 3:1-14 NVI
En el año dieciocho de Josafat, rey de Judá, Jorán hijo de Acab ascendió al trono de Israel en Samaria, y reinó doce años. Jorán hizo lo que ofende al SEÑOR, aunque no tanto como su padre y su madre, pues mandó que se quitara una piedra sagrada que su padre había erigido en honor de Baal. Sin embargo, Jorán se aferró a los mismos pecados con que Jeroboán hijo de Nabat había hecho pecar a los israelitas, pues no se apartó de esos pecados. Ahora bien, Mesá, rey de Moab, criaba ovejas, y como tributo anual le entregaba al rey de Israel cien mil ovejas y la lana de cien mil corderos. Pero, al morir Acab, el rey de Moab se rebeló contra el rey de Israel. Entonces el rey Jorán salió de Samaria, movilizó a todo el ejército de Israel, y le envió este mensaje a Josafat, rey de Judá: ―El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Irías conmigo a pelear contra Moab? ―Claro que sí —le respondió Josafat—. Estoy a tu disposición, lo mismo que mi ejército y mi caballería. ¿Qué ruta tomaremos? ―La ruta del desierto de Edom —contestó Jorán. Fue así como los reyes de Israel, Judá y Edom se pusieron en marcha. Durante siete días anduvieron por el desierto, hasta que el ejército y los animales se quedaron sin agua. ―¡Ay! —exclamó el rey de Israel—. ¡El SEÑOR ha reunido a tres reyes para entregarlos en manos de los moabitas! Pero Josafat preguntó: ―¿Acaso no hay aquí un profeta del SEÑOR, para que consultemos al SEÑOR por medio de él? Un oficial del rey de Israel contestó: ―Aquí cerca está Eliseo hijo de Safat, el que servía a Elías. ―Pues él puede darnos palabra del SEÑOR —comentó Josafat. Así que el rey de Israel fue a ver a Eliseo, acompañado de Josafat y del rey de Edom. Pero Eliseo le dijo al rey de Israel: ―¿Qué tengo yo que ver contigo? Vete a consultar a los profetas de tu padre y de tu madre. ―No —respondió el rey de Israel—, pues el SEÑOR nos ha reunido a los tres para entregarnos en manos de los moabitas. Eliseo replicó: ―Te juro que, si no fuera por el respeto que le tengo a Josafat, rey de Judá, ni siquiera te miraría a la cara. ¡Tan cierto como que vive el SEÑOR Todopoderoso, a quien sirvo!