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Apocalipsis 9:1-15

Apocalipsis 9:1-15 TLAI

El quinto ángel tocó su trompeta, y vi una estrella que había caído del cielo a la tierra. A ella se le dio la llave del túnel que lleva al Abismo profundo. Y cuando la estrella abrió el túnel del Abismo, de allí salió humo, como de un horno muy grande, y el humo oscureció el sol y el aire. Del humo salieron saltamontes, los cuales cubrieron la tierra y recibieron poder para picar como escorpiones a la gente. Luego, Dios les ordenó que no dañaran a la tierra, ni a los árboles ni a las plantas, sino solo a quienes no tuvieran en su frente la marca del sello de Dios. Dios les permitió que hirieran a la gente durante cinco meses, pero no les permitió que mataran a nadie. Y las heridas que hacían los saltamontes eran tan dolorosas como la picadura de los escorpiones. Durante esos cinco meses, la gente que había sido picada quería morirse, pero seguía viviendo. Era como si la muerte huyera de ellas. Los saltamontes parecían caballos de guerra, listos para entrar en batalla. En la cabeza tenían algo que parecía una corona de oro, y sus caras parecían humanas. Sus crines parecían cabellos de mujer, y sus dientes parecían colmillos de león. Sus cuerpos estaban protegidos con algo parecido a una armadura de hierro, y sus alas resonaban como el estruendo de muchos carros tirados por caballos cuando entran en combate. En la cola tenían un aguijón como de escorpión, con el que podían dañar a la gente durante cinco meses. El ángel del Abismo es el jefe de los saltamontes. En hebreo se llama Abadón, y en griego se llama Apolión; en ambos idiomas, su nombre quiere decir «Destructor». Ese fue el primer desastre, pero todavía faltan dos. El sexto ángel tocó su trompeta. De pronto oí una voz, que salía de en medio de los cuatro cuernos del altar de oro que estaba frente a Dios. La voz le dijo al sexto ángel que había tocado la trompeta: «Suelta a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates». Entonces el sexto ángel soltó a los cuatro ángeles, para que mataran a la tercera parte de los seres humanos, pues Dios los había preparado exactamente para esa hora, día, mes y año.

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